¿Pueden los gobiernos europeos dejar su hábito de consultar?

¿Pueden los gobiernos europeos dejar su hábito de consultar?

La subcontratación de servicios públicos debería ser un poco como contratar a un electricista o un plomero. Cuando algo se rompe en casa que la persona promedio no puede arreglar con cualquier cantidad de videos de bricolaje de YouTube, llamamos a los expertos. Por lo general, no los invitamos a mudarse para que puedan vigilar los interruptores de luz y los grifos, todo a una tarifa de llamada de emergencia.

Es una analogía tonta, pero que refleja el papel sobredimensionado que las grandes consultoras están jugando en el gobierno. La economista María Mazzucato hizo su propia comparación en un entrevista con el Financial Times: “Un terapeuta que tiene a su cliente en terapia para siempre obviamente no es un muy buen terapeuta”. Libros como el suyo (‘The Big Con’) y ‘Cuando McKinsey llega a la ciudad’ por Walt Bodganich están destacando un problema que los sindicatos han estado planteando durante años: nuestros gobiernos están siendo vaciados por el auge de la ‘cultura de la consultoría’.

Un reciente informe por la Federación Europea de Sindicatos de Servicios Públicos (EPSU), sus afiliados y la Universidad de Greenwich examinaron el alcance y las consecuencias de la privatización en todas sus formas: asociaciones público-privadas, externalización, consultoría, etc— en las administraciones del gobierno central de una decena de países y la Comisión Europea. Destaca la dimensión europea del papel creciente de las empresas de consultoría, que se han convertido en actores cada vez más influyentes en la administración pública.

FSESP ha estado investigando la comercialización de los servicios públicos —como los servicios sociales y de salud, la administración local y regional y los centros de detención de inmigrantes— durante mucho tiempo, pero el informe sirvió como un primer vistazo a la influencia que estas consultorías tienen en la toma de decisiones clave.

La subcontratación en la administración estatal no es nueva. Las funciones ‘auxiliares’, como limpieza, recepción, seguridad, se han transferido a empresas que generalmente ofrecen salarios bajos. Pero la naturaleza de la subcontratación ha cambiado. La externalización de tareas fundamentales del Estado es ahora la norma: redacción de políticas públicas, iniciativas legislativas, contratos públicos y planes de reestructuración del sector público, e incluso proponer recortes de personal. Estas decisiones crean entonces la necesidad de contar con aún más consultores. Es un círculo vicioso que está privatizando lentamente el proceso democrático.

Estas firmas, Accenture, McKinsey, PwC, EY y Deloitte, ofrecen mucho más que consejos. Se están convirtiendo en pseudo-gobiernos con sus propias agendas políticas. Esto debería generar preocupaciones sobre la transparencia, la rendición de cuentas y el costo de los servicios públicos.

El fenómeno sigue creciendo. En 2019-20, la consultoría organizacional para el sector público creció al 14 por ciento de toda la facturación de consultoría de gestión en Europa. Las cifras van desde el 31 por ciento en Grecia, el 22 por ciento en Dinamarca y el Reino Unido, el 17 por ciento en España y el 9 por ciento en Alemania y Francia.

En informes anteriores hemos denunciado la caída del empleo en, por ejemplo, las administraciones tributarias o las inspecciones de trabajo. Los límites de empleo impuestos a muchos ministerios y direcciones generales de la Comisión Europea dejan lagunas en las capacidades de los servicios públicos. Los ‘vacíos’ son llenados por consultores a un costo mucho mayor. Estos consultores luego aplican técnicas del ‘sector privado’, creando una demanda aún mayor de servicios de consultoría y otro círculo vicioso. La subcontratación ya no es una elección sino una necesidad.

Esta ‘cultura de la consultoría’ también contribuye al fenómeno del personal que deja el sector público por el sector privado, solo para regresar al sector público como consultores privados. A menudo se argumenta que estos consultores aportan experiencia. En cambio, están privando al sector público de su propio personal experto y, paradójicamente, aumentando la burocracia. El fenómeno de la ‘puerta giratoria’ también plantea serios riesgos de conflictos de interés y abuso de influencia por parte de ex funcionarios públicos de alto nivel.

La Comisión Europea no es inmune al uso cuestionable de consultorías. La comisión ha sido criticada por el Defensor del Pueblo Europeo por adjudicar a BlackRock Investment Management un contrato para producir un informe sobre supervisión bancaria. La consultora realizó una oferta extremadamente baja por el contrato, lo que llevó a BlackRock a una posición que le permitía influir en la formulación de políticas del ejecutivo europeo, lo que podría impactar a más de 500 millones de personas.

Las administraciones públicas de toda Europa deben limitar el uso de consultorías. En Austria, la administración federal ha decidido hacer menos uso de consultores, ya que una reforma a gran escala del sector público por parte de empresas de consultoría ha desacreditado al sector. El escándalo de evasión fiscal de McKinsey en Francia ha llevado a hablar de reducir su presencia y dejar de utilizarlos por defecto.

Es hora de luchar por servicios públicos que antepongan los intereses de las personas, no las ganancias. Se necesitan límites en el uso de consultorías y se debe alentar la ‘internalización’. Con una fuerte representación sindical y la colaboración con otros grupos de la sociedad civil, es posible brindar los servicios de calidad que los ciudadanos merecen.

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