En lugar de ignorar los abusos de sus estados miembros, la UE debe defender los derechos de sus ciudadanos ǀ Ver


La fundación de la Unión Europea ha sido un paso fundamental para este rincón del mundo. Después de dos guerras mundiales, millones de muertes y décadas de dictaduras, la creación de este marco institucional ha logrado establecer estándares altos, casi incontestables de estabilidad, paz y prosperidad. Uno de los "Padres de Europa", Jean Monnet, dijo que "construir Europa significaba construir la paz", y este ha sido el caso, en gran medida, durante las últimas décadas.

Lo que sin duda es cuestionable es si realmente ha habido un cambio de paradigma en los países que desean participar en el proyecto europeo; un cambio que ha significado pasar de ser viejos estados nacionales a convertirse en nuevos estados miembros. La diferencia entre estos dos modelos de estado es colosal. El modelo anterior se caracterizaba por ser territorialmente codicioso, centralista y a menudo belicista. Por el contrario, este último representa un nuevo entorno en el que la soberanía se comparte con otras instituciones superiores, y sus desacuerdos, ya sean internos o externos, ya no se canalizan a través de la violencia y la represión como antes, sino a través del diálogo, la democracia y la diplomacia.

Desafortunadamente, la actitud de demasiados países en la Unión confirma que los viejos hábitos viciados de los estados nacionales todavía están muy vivos. La UE sufre una egresión nacionalista dentro de las filas de sus miembros, una rebelión de sus élites, que a menudo está anclada en la extrema derecha, que siempre han sospechado de compartir el timón del barco. El difícil contexto económico e internacional, así como la globalización (entre otros factores), han provocado que surjan fuertes voces antieuropeas y ultranacionalistas dentro de los centros de poder que exigen recuperar el poder y la autoridad. ¿Le resulta familiar "Recuperemos el control"? Hemos sido testigos de esto en el Reino Unido, Hungría, Polonia, Italia y también en España, entre muchos otros países.

Al fijar nuestra mirada en España, vemos cómo esta creciente sensación de euroescepticismo no solo se traduce en la aparición de partidos de extrema derecha, como es el caso de Vox. De hecho, Vox es solo la punta del iceberg. La desconfianza de aquellos que algunos podrían llamar "extraños que quieren gobernarnos" es evidente en la actitud mostrada por ciertos poderes principales del Estado, como el poder judicial, y una parte importante de la clase política española. No se dijo lo suficiente del eurodiputado del Partido Popular (PP), González Pons, por ejemplo, cuando solicitó que se suspendiera el Tratado de Schengen si la orden de detención europea (ODE) no conducía al presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, en el exilio en Bélgica, a ser extraditado. de vuelta a España.

En este sentido, la estrategia internacional que siguió el poder judicial español para forzar la extradición de los miembros del gobierno catalán en el exilio también ha sacado a la luz este euroescepticismo institucional del que hablo. Primero fuimos testigos de esto cuando el juez de instrucción, Pablo Llarena, manipuló el sistema EAW emitiendo las órdenes de arresto y luego retirándolos como si estuvieran en un juego de mesa.

Unas semanas más tarde, durante la campaña electoral europea, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el PP, Ciudadanos y Vox, prácticamente todo el espectro político español, también cuestionaron el sistema EAW. Y no faltaron las críticas feroces contra el gobierno de Alemania y la justicia alemana porque no incitaron las invenciones judiciales que el Estado español había hecho para seguir decapitando al movimiento independentista catalán.

En unas pocas semanas, o incluso días, bien podríamos ver un nuevo capítulo en esta serie de absurdos. El Tribunal Supremo solicitó una decisión preliminar del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas para determinar el alcance de la inmunidad del diputado electo al Parlamento Europeo, Oriol Junqueras, a quien España le ha prohibido recopilar sus credenciales al mantenerlo en prisión. Si el juez de la Corte Suprema Marchena decide retirar la cuestión de un fallo preliminar, o aprueba el veredicto antes de recibir una respuesta del Tribunal Europeo, estaríamos viendo el enésimo ejemplo de cómo España menosprecia a las instituciones europeas y manipula sus procedimientos a voluntad. Tal desprecio no solo se mostraría al TJCE en Luxemburgo, sino a la democracia europea en sí, ya que, por capricho del Estado español, está violando los derechos políticos de dos millones de ciudadanos que votaron por un representante que no puede ocupar su asiento.

También debe señalarse que la animosidad mostrada hacia las entidades supranacionales no se limita a la UE. El Estado español no parece tener tanto aprecio por organizaciones como las Naciones Unidas, por ejemplo. En mayo pasado, el Grupo de Trabajo de la ONU sobre Detención Arbitraria exigió la liberación de los presos políticos catalanes, Oriol Junqueras, entre otros, porque su encarcelamiento se consideraba "arbitrario y contrario a los principios de la declaración universal de los derechos humanos". Todavía están en prisión. hoy.

El triunfo del Brexit, la aparición de personajes como Orbán o Salvini, el regreso a la supremacía nacional y, en general, la aparición una vez más de actitudes autoritarias como las adoptadas por el Estado español ante la disidencia política, nos muestran que algo es yendo mal. Los viejos hábitos de los estados nacionales mueren con dificultad.

En crisis nacen la inventiva y las grandes estrategias. Bueno, aprovechemos esta crisis de confianza para comenzar una reforma que vaya hacia la construcción de una Europa más federal, una en la que las voces de sus ciudadanos representadas por el Parlamento Europeo sean decisivas. Una Europa donde la justicia social y los principios democráticos son la base de cualquier decisión comunitaria. Una Europa que no se retira antes de las violaciones de los derechos fundamentales. En resumen, construyamos una Europa que no anteponga los intereses de los Estados miembros a los derechos de los ciudadanos.

Diana Riba i Giner Es una Izquierda Republicana de Cataluña Miembro del Parlamento Europeo.

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