La ‘ley de la venganza’ de Orbán es una represión orwelliana a la educación

La ‘ley de la venganza’ de Orbán es una represión orwelliana a la educación

El martes (4 de julio), el parlamento húngaro aprobó una preocupante ley conocida por sus críticos como la ‘ley de la venganza’, cuyo objetivo es castigar e intimidar a los docentes que se atrevan a desafiar al régimen de Viktor Orbán. Esta ley es una herramienta brutalmente opresiva diseñada para ejercer control sobre el sistema educativo, dejando a los estudiantes privados de su futuro. Las instituciones europeas no deben permanecer en silencio.

Durante casi un año, docentes y estudiantes han estado organizando grandes manifestaciones en Hungría, alzando sus voces contra la profunda crisis de la educación pública. El régimen los percibe como una amenaza, y la nueva ley, aprobada por el partido Fidesz de Orbán en una votación de 136-58 el martes, es ampliamente vista como una herramienta para reprimir su movimiento.

La ley tiene como objetivo obligar a los educadores críticos a cumplir con un aparato estatal policial diseñado para silenciarlos. De manera reveladora, la educación ha sido puesta bajo la jurisdicción del Ministerio del Interior.

Los maestros son despojados de su libertad de expresión, incluso en entornos privados. Criticar el sistema educativo se convierte en motivo de acción disciplinaria, y la ley exige que los maestros deben “mantener la fe en la educación pública”.

espiando a los maestros

Al entrometerse en la vida privada de los docentes, la ley permite el monitoreo de sus dispositivos, creando un clima de miedo. Incluso permite grabar en video las aulas, erosionando la privacidad de los estudiantes y fomentando una cultura de vigilancia. Esto no solo daña el bienestar psicológico de los niños, sino que también genera preocupaciones sobre el acceso del gobierno a datos confidenciales.

Los maestros y los estudiantes de secundaria enfrentan amenazas de los distritos escolares si se atreven a organizar huelgas, asistir a protestas o hablar. La poderosa máquina de propaganda de Orbán apunta a los adolescentes con ataques ad-hominem y campañas de desprestigio.

Lili Pankotai, una estudiante manifestante, fue expulsada de su escuela secundaria como castigo por recitar una pieza de su poesía en un mitin. A sus compañeros de clase los amenazaron con negarles la participación en los viajes escolares o en el baile de graduación si Lili asistía.

Las huelgas han sido prohibidas en Hungría y los docentes pueden ser despedidos si participan en ellas. Esto ya le ha sucedido a varios docentes, incluida Katalin Törley, una voz destacada en el movimiento que exige mejores condiciones laborales y una reforma integral.

Los gobiernos de Orbán desfinanciaron sucesivamente la educación pública, lo que resultó en un recorte del 16 por ciento durante la última década y llevó al sistema al borde del colapso. Esta negligencia financiera ha llevado a una grave escasez de profesionales de la educación, desmoralizados aún más por sus magros salarios. Un maestro de escuela primaria en las primeras etapas de su carrera gana alrededor de 400 euros al mes, lo que es insuficiente para cubrir los gastos básicos de subsistencia, lo que obliga a los maestros a aceptar un segundo y tercer trabajo.

La solución propuesta por el gobierno bajo la ley de venganza es sobrecargar a los docentes sin compensación, incluso exigiéndoles que trabajen los domingos o en lugares distantes, de manera similar a los miembros de las fuerzas armadas. Si eligen renunciar, pueden ser obligados a permanecer en la escuela por meses adicionales. Los líderes sindicales han llamado a esto “esclavitud”.

Como era de esperar, alrededor de 5000 docentes ya han indicado su intención de renunciar, lo que agrava aún más la crisis.

El movimiento de protesta se ha enfrentado con una violencia sin precedentes por parte de las autoridades, con estudiantes de secundaria y otros manifestantes sometidos a malos tratos y gases lacrimógenos. Durante una protesta, el parlamentario de Momentum, Márton Tompos, fue sacado a la fuerza de la multitud, esposado y detenido. Cuando mencionó su inmunidad legislativa, el policía respondió con “lo que sea”.

La centralización y el control ejercidos por el gobierno han agravado la crisis, sofocando la creatividad y dando como resultado una disminución en el rendimiento de los estudiantes húngaros en los puntos de referencia internacionales. Las autoridades educativas dictan los planes de estudios, prescriben libros de texto aprobados políticamente y nombran a los directores de las escuelas por motivos políticos. Bajo la discriminatoria ‘ley de propaganda anti-LGBTQ+’, la educación sexual está prohibida en las escuelas.

En medio de esta agitación, la Unión Europea tiene un papel crucial que desempeñar. Docentes y estudiantes, sintiéndose ignorados y marginados por su propio gobierno, ven a la Unión Europea como su último faro de esperanza.

Como eurodiputados, hemos trabajado incansablemente para amplificar sus voces. Una estudiante expresó su gratitud cuando se le ofreció una plataforma para dirigirse a los responsables de la toma de decisiones de la UE y afirmó: “Fue la primera vez en mi vida que sentí que tenía una patria”.

Es fundamental que la Comisión Europea reconozca que la crisis del sistema educativo húngaro no es un mero problema interno, sino una cuestión de Estado de derecho y democracia. La negación del derecho a una educación de calidad, prácticas laborales justas y libertad de expresión constituye una violación de los valores europeos fundamentales.

La Unión Europea debe condenar las acciones del gobierno húngaro y apoyar las demandas de docentes y estudiantes, incorporándolas a los criterios para que Hungría reciba fondos de la UE. El tiempo para la acción es ahora. Si no apoya a los ciudadanos húngaros en este momento crítico, corre el riesgo de perpetuar un ciclo de opresión e injusticia que, sin duda, se extenderá más allá de las fronteras de Hungría.

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